En este cacho de tierra

En su artículo “En este cacho de tierra” Salvador Gutiérrez Zamora nos comenta sobre un espacio en el que la vida y la diversidad abren paso a la creación de lo que con el tiempo será un bosque comestible.

En las grandes llanuras, cientos de hectáreas cubiertas por maíz transgénico hacen del paisaje un lienzo amarillento, un océano de grano que se pierde en el horizonte, y al igual que el mar, posee una base de suelo arenoso, probablemente igual de envenenado que las aguas y los aires que cruzan las grandes ciudades. En estos monocultivos, la vida y la diversidad son parte de un mito de lo que alguna vez fueron estas tierras boscosas. Son curiosos los letreros que pueden hallarse sobre las carreteras que atraviesan los maizales, advirtiendo al ladrón o al hambriento a no cosechar “por posible intoxicación.”

 

Proceso de envolver semillas en tierra 
Fotografía: Salvador Gutiérrez

No debe ser complicado encontrar un escenario similar en cualquier país, pues el establecimiento de los monocultivos data de épocas remotas. La mecanización, la agroquímica y la alteración genética de las semilllas, sólo innovaron las prácticas agrícolas destructivas, que han hecho metástasis en todo el planeta a través de la publicidad, la ciencia, los planes de estudio, las dietas, entre otros mecanismos de control enfocados en las monedas y no en la seguridad alimentaria de los pueblos.

“La restauración de la tierra y del corazón humano, son un único e indesligable proceso”. Masanobu Fukuoka.

Técnica de siembra de semilas al boleo <br/>
Fotografía: Salvador Gutiérrez

Correteada por la necesidad y distraída por las pantallas, la especie humana recuerda poco que hay una naturaleza de la cual se alimenta y con la cual debe hacer las paces si es que quiere retomar el bienestar físico, emocional y espiritual. Ya lo decía aquel sabio japonés, Masanobu Fukuoka en su libro La revolución de una brizna de paja: “La restauración de la !ierra y del corazón humano, son un único e indesligable proceso”. En el mismo texto propuso la agricultura natural como el medio para lograr ambos obje!ivos, una agricultura contraria a la industrial, basada en el respeto y el acompañamiento de los asombrosos procesos naturales.

 

Plantas de jitomate 
Fotografía: Salvador Gutiérrez

Mezclamos tierra, estiércol y semillas de diversos tamaños y formas, e hicimos bolas de semillas, o como les decía Fukuoka: “Nendo Dango”. Antes de lanzarlas al terreno previamente cubierto con abono, paja, cáscaras y demás, nos dijeron: “Juguemos a ser Dioses”. Días más tarde vinieron las lluvias y los brotes de maíz, frijol, epazote, jitomate, quelites, entre otras variedades, empezaron a ser visibles.

El suelo, organismo con memoria, traía la vida de vuelta al presente con fuerza, haciendo lo que sólo este incomprensible ecosistema bajo nuestros pies sabe hacer a la perfección. Nuestro rol en el proceso fue tan sencillo que no podría ser tomado en serio por el ego, sin embargo, cubrir con paja y semillas fue el inicio de un nuevo paisaje, un hogar para insectos, aves, reptiles y otros seres que llegaron a este lugar repleto de alimento sano, sin químicos ni guerra. Esta agricultura enfocada en la soberanía de las comunidades, nos demuestra que con tierra, agua, paja y semillas es suficiente para sanar al ser humano y al entorno que le rodea.

 

Los insectos de vuelta a la huerta 
Fotografía: Salvador Gutiérrez

Ahora, en este cacho de tierra de pocos metros cuadrados, la milpa, hortalizas, arbustos y árboles hacen del paisaje un conjunto de lienzos verdosos. Un cenote de verduras y frutas cuyo suelo está repleto de microorganismos, bacterias, minerales y hongos, purifican el agua y el aire que cruza por este espacio. La vida y la diversidad abren paso a la creación de lo que con el !iempo será un bosque comes!ible. Un pequeño letrero en la entrada de esta huerta invita al curioso
a cosechar sin miedo a ser considerado un hambriento o un ladrón.

 

Vista aérea tras dos años de regeneración del suelo 
Fotografía: Andrés Torres