Japón sin límites

Recorre las calles de Japón desde la perspectiva de Francisco Góngora en “Japón sin límites”.

En diciembre del 2022, un gran amigo me propuso viajar a Japón, enseguida le contesté que me emocionaba la idea porque me apasiona viajar y conocer diferentes lugares, aunque no es lo más sencillo para mi, pues soy usuario de silla de ruedas y un viaje al otro lado del mundo representa un gran reto.

Sin embargo, poco tiempo después sentí una gran curiosidad e intriga por la cultura japonesa. Como artista visual y estudiante de arquitectura, no quería perder la oportunidad de experimentar de cerca la vida en Japón.

Sin darme cuenta, me encontraba muy emocionado organizando el viaje para vacaciones de Semana Santa, pero al mismo tiempo sentía temor con el tema de la accesibilidad, no obstante al tomar en cuenta que se trataba de un país primermundista asumí que no tendría grandes limitaciones, y para mi suerte estaba en lo correcto. Japón me recibió con los brazos abiertos y con ciudades adaptadas y accesibles para mí.

Pabellón Dorado en Kyoto, Japón.
Fotografía: Francisco Góngora

“Japón me recibió con los brazos abiertos y con ciudades adaptadas y accesibles para mí.”

La primera parada fue Tokio, es tal y como se muestra en las películas, una gran ciudad del futuro con edificios gigantes y una escala monumental. El medio de transporte más utilizado es el metro, fue bastante fácil desplazarse en él ya que contaba con elevadores en todas las líneas, además de tener espacio para las sillas de ruedas dentro de los vagones, lo que fue bastante cómodo para mi, pues en otras ciudades que he visitado es casi imposible subirse al transporte público de manera autónoma.

A su vez, era muy sencillo desplazarse como peatón, porque las banquetas eran aproximadamente de 5 metros de ancho y estaban muy bien hechas, no tenían huecos u obstáculos que dificulten el paso. De ahí nos dirigimos a Osaka, que es igual de grande que Tokio pero ligeramente más descuidada.

Templo en Kyoto.
Fotografía: Carlos Medina Bolio

Mi desplazamiento fue relativamente sencillo, sin embargo, fue difícil encontrar elevadores que bajen al metro. Me sorprendió que, gracias a la tecnología que tienen, casi todas las puertas son automáticas, los baños públicos tienen botones para cerrarlas y la mayoría de ellos cuentan con cambiador para bebés y barandales. Además, los lavamanos tienen una altura adecuada que me permitieron utilizarlos sin problema.

Nuestra tercera parada fue Kyoto, que al ser una ciudad compacta era posible llegar a muchos lugares sin necesidad de utilizar el transporte público. Esto fue muy provechoso debido a que pude tener una experiencia peatonal más profunda, observando las calles y el movimiento de las personas.

Paisaje japonés.
Fotografía: Francisco Góngora

Me gustaría entrar en detalle en la ciudad de Nara, la cual fue capital de Japón y es de las ciudades antiguas que mejor se ha conservado, siendo uno de los lugares que más me cautivo. Bajando del tren Osaka/Nara nos recibió un ambiente más cálido y calmado que contrasta con las grandes ciudades, manteniéndose fiel a la idea que tenemos del Japón antiguo, pues posee una escala más pequeña.

En general, tuve la sensación de estar en un gran parque con hectáreas de campo verde, grandes árboles de cerezo (Cherry blossom / Sakura) que parecían ser irreales, templos legendarios, vegetación diversa, lagos con peces carpa gigantes y muchos animales, todo esto en conjunto irradiaba paz y armonía.

Flor de cerezo.
Fotografía: Francisco Góngora

Nara es famoso por sus venados que andan libres por la ciudad, se les considera patrimonio natural del país por una antigua leyenda japonesa que cuenta que una deidad montó un venado blanco y a partir de eso los consideran sagrados. 

Al ser una de sus mayores atracciones, se vende comida especial para poder dárselas e interactuar con ellos, al pasear por este entorno tuve una experiencia difícil de explicar, pues me daba la sensación de estar en una película de Studio Ghibli.

Campo en Nara.
Fotografía: Francisco Góngora

Estando ahí fue muy fácil desplazarse en la silla, ya que muchos de los templos y museos contaban con elevador, sin embargo, hubo algunos cuántos en donde tuvieron que ayudarme a subir por que la mayoría tiene escalones en la entrada principal.

El perderme en las calles de las grandes metrópolis y sumergirme en la belleza natural de Nara fue muy especial para mi, pues a pesar de que al inicio tenía una gran incertidumbre sobre cómo iba a desplazarme en un país desconocido casi por mi cuenta, pude completar mi viaje de manera segura, atesorando ese recuerdo en mi memoria con mucho cariño y gratitud.

Francisco en Japón.
Fotografía: Carlos Medina Bolio