Ser humano y paisaje

En “Ser humano y paisaje” Ivonne Walls nos platica sobre la conexión de las personas con un paisaje, y cómo los arquitectos y paisajistas deben reconocer los elementos del paisaje y decidir la mejor manera en que se pueden intervenir.

Desde siempre, en el hombre ha existido una necesidad para relacionarse con la naturaleza, con los paisajes que lo rodean y con los lugares que experimenta y transita durante su vida. La Tierra tiene una gran variedad de paisajes naturales, incluyendo montañas, desiertos, costas y ríos dentro de los que se pueden encontrar características distintivas de accidentes geográficos producidos por un proceso natural (acantilados, montañas, playas, dunas, etc.), así como por construcciones hechas por el hombre que dan carácter e identidad a ese lugar determinado. Sus formas son moldeadas por las fuerzas del viento, del oleaje y de las lluvias que erosionan o construyen el entorno natural, cambiando constantemente su forma. El hombre genera una profunda conexión personal con un paisaje en particular y le atribuye un valor que puede ser cultural, espiritual, estético, económico o una mezcla de ellos

Así, vemos que la Tierra es dinámica. Se mueve y cambia constantemente, transformando los paisajes a través de una combinación de procesos ambientales (como inundaciones y terremotos) y humanos (como la minería y la construcción de ciudades). Algunos de estos cambios son muy lentos y se dan en millones de años, mientras que otros suceden rápidamente. Pero sin duda la fuerza de cambio más constante es el hombre, que ha modificado los paisajes para obtener habitación, alimento y otros bienes esenciales durante miles de años. Talamos bosques y cambiamos la forma de la tierra para criar animales y cultivar plantas; movemos montañas y desviamos ríos para construir carreteras, ciudades y pueblos. Incluso creamos nuevas tierras sobre el mar en las zonas costeras para cubrir necesidades. De hecho, hemos alterado tanto los paisajes, que hoy en día quedan muy pocos que sean verdaderamente naturales. Y, a medida que aumenta la población mundial, también lo hace la demanda de recursos de la tierra.

 

Vista aérea de la cienega en Yucatán 
Fotografía: Fernando Méndez Alfaro

 

Estas perturbaciones naturales, así como la demanda humana de bienes y servicios han alterado los ecosistemas forestales y de pastizales del mundo. Las interacciones humano-paisaje han hecho que muchos ecosistemas originales o endémicos, lleguen a límites donde su estado ha cambiado de manera indeseable e irreversible.

“La naturaleza se hace paisaje cuando el hombre la enmarca” Le Corbusier

Con base en esta afirmación, la arquitectura es un arte y un oficio capaz de modificar, pero al mismo tiempo de mejorar y enriquecer el paisaje, adecuándose a las necesidades humanas, respetando y ciñéndose a sus condiciones únicas y particulares. La escala humana, como afirmaba Le Corbusier, es la medida de todas las cosas, puesto que la apreciación del paisaje reside en quien lo contempla. Es decir que de alguna manera el paisaje está hecho para y/o por el hombre. Los arquitectos y paisajistas tienen entonces una misión fundamental: reconocer los elementos sobresalientes del paisaje y decidir la mejor manera en que se pueden intervenir, para crear una especie de escena que sea capaz de resaltar la personalidad y vocación del entorno.

“Los arquitectos y paisajistas tienen una misión fundamental: reconocer los elementos sobresalientes del paisaje y decidir la mejor manera en que se pueden intervenir.”

 

Intervención del hombre en la naturaleza 
Fotografía: ag-zn – Pexels

 

En la reiterada devoción del hombre por la naturaleza, el diseñador debe considerar las figuras caprichosas de las montañas, de las formaciones rocosas, de los barcos sobre el mar, de los edificios… Debe ser capaz de elegir, rescatar y enfatizar los perfiles recortados sobre el agua y las siluetas que se destacan sobre el perfil quebrado de las ciudades cuyo telón de fondo es el cielo, en torno a la cual se ordena el resto. La distancia y la escala entre el espectador y los elementos empleados por el arquitecto, ya sean construidos o encontrados, ya sean edificios o montañas, dunas o desiertos, servirán de materia prima al paisajista para crear un espacio capaz de conmover e impactar al habitante, más allá de su utilidad o su trascendencia.

Cerca o lejos, naturaleza o artificio, grande o pequeño, la composición paisajística debe considerar el tamaño relativo de las cosas y recuperar su escala humana y sustentable. Para cada composición del paisaje la arquitectura es vital, aún si solo participa para acentuar su grandiosidad o belleza, o para rescatar lo que ha perdido. Se trata de un trabajo que dé como resultado la conservación de la esencia del lugar y permita reconocerlo como propio.

Porque el paisaje es también una extensión del hombre, un ser vivo que es reflejo de su historia, hogar de sus creencias y protector de sus costumbres y tradiciones. La labor fundamental de los diseñadores será comprender cómo crear, mantener y restaurar esos paisajes bajo un ambiente cambiante y a veces incierto. Implicará crear estrategias de gestión que ayuden a maximizar y mantener su integridad, su función y su resiliencia ante las circunstancias del presente, integrando información sobre los efectos de múltiples factores estresantes que inciden en especies, poblaciones y ecosistemas. El reto es mayúsculo, pero como el propio Le Corbusier afirmaba: “Todo sirve, todo es conmovedor y todo es inexplicable”.

“La labor fundamental de los diseñadores será comprender cómo crear, mantener y restaurar los paisajes bajo un ambiente cambiante y a veces incierto.”

 

El pabellón Le Corbusier del Museo Heidi Weber The Le Corbusier pavilion of the Heidi Weber Museum
Fotografía / Photography: Museum für Gestaltung , CC B Y- S A 4 . 0 , via Wikimedia Commons