El Paisaje desde mi ventana. ¿El virus que mata o despierta?

Sabemos que, en las últimas décadas, la pérdida del paisaje natural a causa del crecimiento exponencial de las ciudades es abismal. Hoy día nos enfrentamos a una situación que rompe con esquemas, rutinas, pero sobre todo paradigmas respecto a cómo hemos encaminado nuestras capacidades humanas hacia la transformación de nuestro entorno.

Si hablamos desde un contexto histórico en el cual el paisaje se comporta como un concepto a merced de la percepción humana, veremos cómo a través del tiempo lo que podemos llamar paisaje, cambia al ritmo que el crecimiento de la especie humana.

Desde siglos atrás crecimos con la idea de ampliar nuestros horizontes, de expandirnos hacia territorios desconocidos, y de emprender un camino donde nuestra sed permanece insaciable por descubrir nuevos espacios que sean habitables para el ser humano.

En épocas de revolución industrial, donde el éxodo rural representa un gran cambio en el crecimiento y configuración de las ciudades, son grandes extensiones de territorio las que se destinan a áreas de producción agrícola. La industria crece hacia nuevas formas de vida donde los procesos de producción masiva se vuelven imprescindibles para sustentar la vida en las ciudades.

Las poblaciones aún crecen, el uso de suelo cambia y, la necesidad por seguir desarrollándonos permanece, lo que trae como consecuencia la pérdida gradual del paisaje natural, dando pie a una nueva forma de denominar el territorio: nace el paisaje urbano.

En cuanto al arte, el pintor Camille Pissarro; conocido como uno de los padres del Impresionismo; en la secuencia “El Boulevard Montmartre”, plasma un paisaje urbano en el que la naturaleza sirve como medida del tiempo, en la que cada cuadro representa una estación del año.

Vista desde la ventana
Fotografía: Arek Socha en Pixabay

Es una clara declaración respecto a cómo el paisaje urbano se mantiene estático mientras que el natural, refleja un constante cambio: una misma persona, una misma ventana y avenida; sin embargo, en cada caso el panorama cambia.

Era importante entrar en un breve contexto histórico para decir lo siguiente: nosotros como seres humanos, somos capaces de habitar espacios, transformarlos y por encima de ello llenarlos de significado.

Pero paradójicamente, conforme más abarcamos territorio, más reducidos son los espacios en los que vivimos y mayor es nuestra necesidad por conectar con el exterior.

El hecho de vivir en las ciudades y la necesidad por llenar nuestros bolsillos, han puesto en riesgo la permanencia de los paisajes naturales, que desgraciadamente con el tiempo estamos perdiendo. No podemos cambiar el pasado, pero sí podemos transformar nuestro presente y tener la intención de definir nuestro futuro.

La necesidad del ser humano por recurrir a espacios exteriores es una cualidad completamente natural, pese a ello y por circunstancias que hoy nos superan (COVID-19), tenemos que ser resilientes respecto a la forma en que vivimos, pensamos y actuamos en nuestro entorno, empezando por transformar el espacio donde vivimos.

Hay que encontrar ese sentido de pertenencia que puede hacer de un pequeño espacio, un lugar que siempre quieras habitar. Es claro que nos enfrentamos a una realidad en la que hemos tenido que vivir el exterior desde los interiores, donde un jardín, terraza, o ventana se convierte en un lujo.

Es momento de contemplar y recuperar eso que quizá estemos perdiendo sin darnos cuenta. ¿Cómo vamos a recuperar el paisaje natural sin aún saber que lo hemos perdido? Pensemos en que habitamos un lugar que ya hemos poblado y manipulado, y ahora nos toca volver a transformarlo y cuidarlo.

“Quedarse en nuestro hogar durante la cuarentena nos ha permitido reflexionar y mirar por la ventana; es una oportunidad que debemos aprovechar”.

Observando la ciudad
Fotografía: Norbert Kundrak